Un día en Milán

Esta vez, la vuelta a Berlín ha tenido una escala de mayor duración que otras veces. Esta vez viajaba con Ryanair para ahorrar un poco, a cambio de hacer escala en Milán con una escala de 8 horas. Además el aeropuerto está en Bérgamo, ciudad que ya conocía de haber hecho otra escala, así que decidí visitar a Juan, que todavía estaba allí.

Más barato, pero con mas incertidumbre con el equipaje. En cabina me permiten llevar un solo bulto, cuyas dimensiones si cumplía, de hasta 10kg, pero mi maleta era de 12,5kg. No obstante, en caso de que me la pesaran, llevaba preparado un pantalón corto con cosas en los bolsillos para ponérmelo en caso de emergencia. Con eso conseguía ahorrarme los 2,5kg de sobrepeso. Llegué en torno a las 11 de la mañana, con tiempo de coger el siguiente bus y llegar a la estación central donde Juan o Cristina, su compañera de piso, me recogerían, ya que él tenía un examen esa mañana y no sabía si le daría tiempo. Sí le dio tiempo. Al bajar del bus allí estaban los dos para llevarme a su casa a soltar las cosas.

Inmediatamente volvimos a salir dirección al centro, andando, paseando por las lujosas tiendas mientras Juan me explicaba el estilo de vida milanés. Todo lujoso, todos super elegantes, guardando siempre las formas…absolutamente nada que ver con Berlín. Con decir que entrar en las tiendas forma parte del atractivo de la ciudad es suficiente. En una de ellas, ya en la plaza del Duomo, nos pusieron el gol de España del día anterior en 3D.

Allí a la salida habíamos quedado con Cris para almorzar y seguir dando una vuelta con ella. Estuvimos por la zona centro, por la galería de Victorio Manuel, la Scala y alguna tienda más. Había una muy peculiar donde todos los trabajadores eran modelos, ellos y ellas, y al entrar te podías hacer una foto con quien estuviera en la puerta. Aunque casi siempre había un chico. Por la tarde estuvimos en Il Castelo, con muy buen ambiente y un parque magnífico donde nos tiramos un rato hasta que cayó el sol, que ya nos fuimos para casa, algo cansado. Allí, cena de buenísima pizza Italiana, partido de Argentina y mañana será otro día.

Esa mañana, mientras Juan hacía otro examen, yo me fui al museo Da Vinci, del cual me habían hablado muy bien, y realmente fue muy interesante, aunque había varias salas cerradas que le restaban bastante contenido. Luego, ya a mediodía, fui nuevamente al centro, a la aventura, callejeando por donde me iba pareciendo interesante, siempre en dirección al Duomo, ya que todavía tenía pendiente subir a las cubiertas de la catedral. Espectacular, tanto la catedral en si como las vistas desde allí arriba.

Finalmente, antes de volver a casa, otro rato relajado en il Castelo. Milán se acababa, Berlín se acercaba. Ya había dejado la maleta prácticamente preparada la noche anterior, solo me quedaba ultimar todo un poco, preparar el equipaje de emergencia por si me hacían pesar el equipaje, pero no hubo ningún problema al llegar al aeropuerto. Allí coincidí con Marcos, que también volvía a Berlín después de hacer exámenes. Además conocimos a un chico italiano que estuvo de Erasmus en Santander, que iba a pasar unos días en Berlín y cuya hermana va de Erasmus a Sevilla el año que viene. Un vuelo entretenido, después de un agradable día en Milán antes de volver al día a día berlinés, exámenes incluidos.

Redescubirendo el sol

Además de la noche, ahora también se disfruta mucho del día, del sol, del calor. A todas horas apetece salir, a veces es insoportable quedarse en casa, ya que en mi habitación da el sol desde el mediodía y por la noche todavía se mantiene bien recalentada.

Durante el día suelo estar ausente, en clase, que también hace algo de calor, o en la biblioteca, donde sí hay aire acondicionado. Pero hay veces, según lo que esté estudiando, me puedo permitir imprimir los apuntes e irme a estudiar a un parque, tomando el sol y disfrutando del buen tiempo, y teniendo en cuenta la facilidad con la que me pongo moreno pues cualquiera diría que vivo en Berlín. El Lustgarden, delante de la catedral, es mi primera opción, cerca de casa y con un entorno magnifico.

Estos días han abierto también el parque de Tempelhof, el antiguo aeropuerto de la Berlín occidental, que permaneció en servicio hasta hace dos años, pero fue cerrado por su proximidad a las viviendas, que realmente es excesiva, está situado literalmente en medio de la ciudad. A la reapertura no le han puesto demasiada imaginación. A la terminal sí, reconvertida en edificio de congresos, pero las pistas las han abierto tal cual estaban, con sus calles de rodadura, parte de su señalización, su ferrocarril interno…pero ni un solo árbol. Si quieres tomar el sol está bien, pero en días de excesivo calor llega a ser asfixiante.

Otro descubrimiento, aunque aquí lo de estudiar es mas difícil, ha sido el Arena Badeschift, una piscina en mitad del río, un lugar magnifico. En la orilla está el bar, en una zona de arena de playa, con sus sillas, tumbonas e incluso camas. A continuación, un pantalán de madera, con zonas para tomar el sol en hamacas o tumbonas, te lleva hasta el vaso de la piscina sumergido en el río. Produce una sensación magnifica bañarse en agua limpia en medio del río, y levantarse sobre el borde y disfrutar de las vistas sobre el Spree. Lástima que lo hayamos descubierto tarde, ya que en invierno se convierte en piscina climatizada, y bañarse ahí con el río congelado tiene que ser algo todavía mayor.

Hasta aquí muy bonito, pero algunos de estos lugares están al lado de casa, otros están cerca en Metro…hasta queme cierran el Metro. La red de metro de Berlín es magnifica en cuanto a extensión, pero en algunos tramos tiene graves defectos, como tramos en superficie cuyos viaductos tienen que ser reforzados, o túneles que tienen que ser reimpermeabilizados. Esta vez me ha tocado a mi. Mi querida U2, esta cortada en dirección Pankov, el transbordo que uso para ir a clase.

Seria llevadero si estuviera cortada justo desde mi estación, por lo que podría usar los buses lanzadera que han puesto, pero esta cortada a partir de la siguiente, teniendo que hacer una estación en U-Bahn y luego coger el bus. Demasiada pérdida de tiempo, muy a mi pesar me toca cambiar de combinación. Ahora toca usar el tranvía, que tarda algo más, pero al menos no tengo que hacer dos transbordo, que perdería más tiempo. Así, ya tengo una escusa para controlar también la red de tranvías y de buses, que hasta ahora, ya que en metro me muevo a donde quiera, habían permanecido en cierto desconocimiento.

Noche berlinesa II y noche hamburguesa

Con el cambio de tiempo y de horario, ahora que amanece mas temprano, hace calor, y anochece mas tarde, las costumbres nocturnas han cambiado. Ahora empiezan a popularizarse las terrazas al pie del rio o de algún canal, siempre que la lluvia lo permitan son muy apetecibles. En mi barrio, por ejemplo, hay muchos pubs que, aunque sin rio ni canales, sacan las mesas a la calle y se está igual de bien. Muchas son las noches que bajo con Marcos y Laura, que viven también por aquí, a tomar una cerveza o un cocktail en alguno de ellos, por Torstrasse o Kastanienalleee, muy baratos y variados. Aun así, los clásicos sitios que conocemos de todo el año también siguen siendo sitios habituales.

Los martes, por ejemplo, hay fiestas en Raw Temple, el local de la antigua Cassiopeia, en la zona de antiguas naves ferroviarias de Warschauerstrasse. Nunca me llamo la atención especialmente. Los miércoles se puede ir al Mittwoch (miércoles en alemán), una extraña y muy berlinesa “discoteca” pseudoclandestina instalada en los bajos abandonados y medio en obras de un edificio. Solo abre los miércoles, y para entrar te piden una contraseña que envían por e-mail si te apuntas a una lista disponible en el interior del local. Un método un poco paradójico que le da un peculiar toque al local, cada vez mas frecuentado por españoles, que ha hecho que lo explotáramos mucho estos meses.

El local típico para los jueves es el Sage Club, pero solo los jueves, los fines de semana se transforma en un extraño lugar llamado Kit Kat Club donde una vez me denegaron la entrada por no ir con chicas. A saber lo que habría dentro. El sitio también es muy berlinés, la puerta se encuentra en el primer vestíbulo de la estación de Henrich-Heine-Strasse. Dentro, aunque es una discoteca más corriente, también hay algún que otro extraño “adorno” en alguna de las salas. Los fines de semana ya son algo mas abiertos. Puede haber fiesta en casa de alguien, alguna fiesta erasmus o simplemente algún plan improvisado para acabar en los sitios de siempre, aunque todavía me quedan muchos por descubrir: Weekend, Watergate, Panorama…

Entre tanta discoteca berlinesa, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, tomamos como escusa de que el Atlético de Madrid jugara la final de la UEFA y el festivo del día siguiente, para salir una noche en Hamburg. Muchos se fueron en autobús, cosa que odio, pero Belén propuso alquilar un coche y allá fuimos ella, yo, Cate y Blanca. Llegamos tarde para ver el partido, en un sitio muy cutre, un currywurst junto al estadio, pero realmente me importaba poco.

Al finalizar el encuentro, con victoria española, nos trasladamos a la zona de marcha, Reeperbahnstrasse, donde nos encontramos a más amigos de Berlín. El ambiente era genial, como en la vez anterior que estuve en Hamburg, pero esta vez, repleto de españoles, la animación llegaba mas lejos todavía. Allí estuvimos casi hasta por la mañana en varias discotecas, hasta que el cansancio nos pudo. Algunos fuimos dormir un poco antes de tomar el camino de vuelta hacia Berlín para acabar de descansar en condiciones, otros directamente tomaron el bus, o incluso el caballo, porque hubo quien acabó la noche con una silla de montar…

Vuelve el invierno

Habiendo salido el sol de nuevo, tras el duro invierno, ya creíamos que el mal tiempo se había acabado, pero ni mucho menos. A la vuelta de Holanda parece que nos hubiéramos traído el mal tiempo con nosotros, una semana aquí ya ha bastado para darnos cuenta, y lo peor es que la cosa no tiene pinta de mejorar.

Queda el consuelo de que la temperatura sigue siendo aceptable, pero la lluvia no perdona, normalmente está siempre nublado y el sol solo sale de forma aislada por unas horas. Tener todo un día soleado parece casi una utopía. Habrá que conformarse y seguir la vida como si nada, al fin y al cabo, después de lo que hemos pasado esto ya nos parece poca cosa. De hecho, una de las primeras medidas que hemos tomado de cara al verano ha sido comprar una barbacoa, está claro que nosotros no podíamos ser menos que los alemanes.

A la vuelta de Ámsterdam nos hemos encontrado con algunas ausencias. Saana, ya nos dejó, después de su fiesta de despedida y de habernos enseñado uno de los sitios más extraños de Berlín: Teufelberg, una antigua base espía de la guerra fría, abandonada y vandalizada en medio de un bosque, estaba claro que solo ella podía conocer sitios así.

También se va Jimena, aunque en este caso es solo un hasta luego, viaje de ida para entregar el proyecto fin de carrera, pero volverá en Junio para trabajar aquí. De hecho no hubo despedida, solo una sesión fotográfica de todos nosotros para incluirnos en su proyecto: escribir un libro sobre como ha visto Berlín en estos meses que ha vivido aquí. Y para compensar, ha llegado Ana, que viene por unos meses a hacer prácticas, disfrutando de los meses de buen tiempo y casualmente a la misma casa donde vivía Lucia.

En resumen, cambios de aire en Berlín, además de los que van y los que vienen, las mudanzas también influye en el grupo de gente, ahora suelo hacer planes con los que vivimos en la U2, ya que tenemos mayor facilidad de desplazamiento, a dos pasos del centro y además solemos coincidir en la biblioteca. Allí en la biblioteca he vuelto a coincidir con las médicas, y médicas nuevas que no conocía antes.

También trato últimamente con los italianos, que ya no son solo Martina y Lucia, que ya estuvimos juntos en clase de Alemán, también más gente que solo me sonaba de vista. Aunque la mayor novedad de todo ha sido el idioma. Al principio hablábamos en inglés, luego lo normal hubiera sido alemán, pero resulta que habíamos pasado a comunicarnos en italiano y español, ya que es fácil entendernos, y Caterina necesita aprender para ir el año que viene de prácticas a España, y ya, de camino, todos aprendemos un poco.

De hecho todo el mundo esta aprendiendo español aquí, somos unos imperialistas. Entre los portugueses, algunos sabían algo de español, otros nada, y Gonzalo habla español sudamericano, pero ahora todos se comunican en español con facilidad, incluso italianos y portugueses.

Fiesta de la reina de Holanda

Tras meses pensándolo, después de varios intentos fallidos, el viaje a Holanda logró salir adelante. Casi todos ya lo habíamos dado por fracasado, pero Luis, en un arrebato de patriotismo, volvió a sacar el tema. Y en esta ocasión, ya que no fui a la Feria de Sevilla, le seguí la corriente hasta que finalmente conseguimos sacarlo por un precio bastante aceptable. Al final fuimos nueve. Además de Luis y yo, Elena, Jessica, Javi, Marcos, Laura, Juan y Pablo fueron los otros pasajeros.

Antes de partir, una nueva despedida, Saana terminaba su estancia en Berlín. Aunque ya hizo su fiesta de despedida el fin de semana anterior, todavía le habían quedado algunos días más, con tiempo de llevarnos, por ejemplo, a Teufelberg, un extraño sitio que sin ella no hubiéramos sabido ni siquiera de su existencia. Se trataba de una antigua base espía, perdida en medio del bosque, de épocas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, ahora ya abandonada y pasto de vandalismo, algunos ocupas y de algunos curiosos turistas curiosos que tienen la suerte de llegar allí.

Nuestro viaje a tierras neederlandesas comenzó el día antes de partir, ya que dada la diferencias de precio con Berlín decidimos comprar comida y bebida aquí. Comenzaba así, habiendo cruzado Alemania de norte a sur cuando estuvimos en Manchen, nuestra cruzada de Oeste a Este. Unas 7 horas duró el viaje hasta Utrecht, donde montamos nuestra base de operaciones, ya que nos quedábamos a dormir en casa de Mirthe, que gustosamente nos había ofrecido su habitación para dormir 6 personas, aunque finalmente acabamos cupiendo todos.

A nuestra llegada, con breve parada en un parque para comer algo, fuimos en busca de Mirthe, que andaba preparando una barbacoa con los amigos en el jardín de su casa para antes de salir, pero los planes nocturnos quedaron un poco apagados. Lo que empezó siendo un pequeño chaparrón acabó pareciéndose al diluvio universal, y los holandeses tan tranquilos con sus bicis, así que no nos quedó mas remedio que tomar una cerveza, al aire libre, por cierto, y de nuevo de vuelta a casa. De todas formas, tras el largo viaje, tampoco es que fuéramos el alma de la fiesta.

Por la mañana tocaba conocer Ámsterdam, o al menos ir hacia allí para comenzar a vivir el día grande de la fiesta. Llegamos algo pronto, por lo que tuvimos tiempo de dar una pequeña vuelta por la zona, pero pronto todo empezó a llenarse de los más diversos personajes, todos con el color naranja como identificativo común, bebiendo y bailando por todos lados. Y nosotros no podíamos ser menos, claro. Pronto nos metimos en el ambiente como uno más, mi improvisado disfraz, tras charlar un rato con unas simpáticas holandesas, lo dice todo, inmerso en la gran marea naranja que inundaba la ciudad, sin cesar un ambiente que incluso aumentaba con las horas.

Pero nos llego el cansancio, y con él la hora de volver a Utrecht para volver a Ámsterdam el día siguiente, pero esta vez de turismo. Pero antes de volver a la capital estuvimos dando una vuelta por el centro de Utrecht, para posteriormente coger ya la furgoneta dirección Ámsterdam, ya que la última noche la pasaríamos allí en casa de un amigo de Juan.

Llegamos en torno al mediodía, y después de comer hicimos el intento, fallido, de visitar la fábrica de Heineken, pero estaba cerrada cuando llegamos, así que decidimos integrarnos por la zona de los canales en dirección al centro, para acabar en torno a la estación de tren, en la zona de “costa”, por llamarla de alguna manera, junto al barrio rojo, que fue nuestra próxima parada. Por allí cenamos y tomamos algo esperando a Mirthe, que después nos llevó de discoteca, donde acabamos la noche y finalmente nos despedimos de ella. Tocaba descansar, o al menos intentarlo.

Al día siguiente todavía teníamos unas horas para hacer turismo, intentamos hacer el free tour, pero la lluvia lo impidió, por lo que decidimos el recorrido por nuestra cuenta para agotar el tiempo que teníamos hasta quedar con el resto de la gente y emprender el camino de vuelta a casa, 7 horas de camino sin parar de llover, y nosotros pensando que en Berlín seguía el buen tiempo…

Shöneswochenende en Bremen, Hamburg y Hannover

Este fin de semana ha sido el único que he tenido plenamente de vacaciones, ya que esta semana comienza el sommersemestre. Parecía ser un fin de semana normal, con la típica fiesta Erasmus de los viernes, buscar otro sitio para salir el sábado, y poco más. Sin embargo, esta semana, de gira por Europa, llegó Lara de visita, una amiga de Marcos.

No sería nada distinto a otras visitas si no fuera porque su siguiente parada sería Groningen, en Holanda, pasando antes por Bremen. Visto el planning, Marcos le planeó el viaje para el sábado, de forma que entre 5 pudiéramos comprar un shönerwochenendeticket y unirnos a la visita a Bremen. El problema es que estaba lejos, más de 6 horas en trenes regionales, por lo que pensamos en ver Bremen el sábado, dormir el Hamburg, a poco más de una hora, salir allí esa noche y hacer turismo antes de volver a Berlín el domingo por la tarde.

Al viaje nos apuntamos, además de Lara, Marcos y yo, Laura y Xavi. Después de mucho hablar porque nadie quería llamar por teléfono, reservamos una habitación para cuatro personas cerca de la zona de marcha de Hamburg, y decidimos partir en el tren de las 5.35 de la madrugada.

A media mañana llegamos a Bremen, con todo el día por delante. Aprovechamos el buen tiempo para pasear por el centro histórico de la ciudad de los trotamúsicos, muy interesante y bien cuidado, aunque un tanto repetitivo lo de los músicos animales. Por el paseo junto al río, un mercado de purgas, por decirlo de alguna manera, un mauerpark en pequeñito. Ya al mediodía, paseando por estrechísimas calles que recordaban al barrio de Santa Cruz, y donde precisamente encontré una maqueta de la Giralda en una tienda, nos llegó el hambre y elegimos restaurante para almorzar. En principio, un restaurante cualquiera, pero dentro nos encontramos, como camarero, a una de las personas mas felices que hemos conocido en Alemania, simpático, servicial, cantarín…no tenía desperdicio.

Mientras comíamos estuvimos a punto de perder la cabeza: nos planteamos abortar el “plan Hamburg”, usar el shöneswochenendeticket para llegar a la frontera con Holanda y allí coger un bus hasta Groningen, con Lara. Pero nos pareció un tanto excesivo el largo viaje de vuelta que nos esperaría desde allí a Berlín. Allí en Bremen, desde el fin de semana anterior, estaba viviendo Shelly, amiga de Elena que había estado de visita 2 semanas en Berlín, por lo que aprovechamos para quedar con ella a ver que tal le iba. Pensaba pasar la tarde con nosotros, pero ya habíamos visto la ciudad y ya teníamos la intención de dejar Bremen, así que se me ocurrió que viniera a pasar la tarde a Hamburg, aprovechando que Lara se iba ya a Groningen y quedaba una plaza libre en nuestro billete de tren. Eso hicimos. Pasamos la tarde en Hamburg, viendo la zona histórica y el puerto, el segundo más grande de Europa, impresionante. Incluso una feria nos encontramos en la zona cercana al hostal.

Desde allí, Shelly volvió a la estación para ir hacia Bremen de nuevo, nosotros compramos algo de comida y decidimos cambiar de destino al día siguiente. Ya habíamos estado viendo la ciudad, aunque un poco a la ligera, la verdad, estábamos cansados, y en lugar de pasar la mañana viendo lo mismo, aunque fuera con mas tranquilidad, buscamos una combinación de trenes que nos llevara a Hannover, y así conocer otra ciudad. Por la noche salimos por la zona de St. Pauli, aunque antes estuvimos en un pub irlandés viendo el Madrid-Barça. Había un ambiente increíble por allí, lástima que el cansancio no nos dejó disfrutarlo demasiado.

Para ir a Hannover, la hora de levantarse nos la tomamos con tranquilidad, aunque habiendo previsto la hora a la que debíamos coger el tren. Aun así, unas inesperadas obras en el metro nos hicieron llegar tarde. Suerte que el ferrocarril alemán es una maravilla y cada 10 o 15 minutos puedes encontrar una nueva combinación, en trenes regionales, para ir de donde quieras a donde quieras, por lo que proseguimos con los mismos planes que teníamos.

En Hannover dispondríamos de unas 5 horas, por lo que lo primero que hicimos fue coger algunas rutas en la oficina de información turística, que aunque eran demasiado largas para el tiempo que teníamos, mientras almorzábamos nos encargamos de combinarlas para obtener una más a nuestra medida.

Paseamos por todo el centro histórico, terminando nuestra ruta en el parque frente al palacio del Ayuntamiento. No me habían hablado demasiado bien de la ciudad, pero lo cierto es que me sorprendió bastante, y me quedó la espinita de visitar el recinto de la Expo del año 2000, una excusa para volver.

Un café en una terraza puso fin al fin de semana. Ya cansados, decidimos ir dirección a la estación para buscar una combinación a Berlín, no sin antes comprar algo de comida y unas cervezas para hacer mas livianas las 4 horas que nos esperaban de vuelta a casa, mientras comentábamos las virtudes de nuestro billete de tren y de la red alemana, con vistas a otro posible shöneswochenende…

Visita improvisada

Durante este mes las visitas se han sucedido en Berlín. Lógico. Finalizar la época de exámenes en España es una buena oportunidad para viajar, al igual que yo he hecho en otras ocasiones. Y siendo Berlín el destino elegido, han acertado de pleno con las fechas, librándose del duro invierno y viendo la ciudad resurgir entre rayos de sol.

Por ahora era yo el que se había llevado la palma en cuanto a visitas, al menos si tenemos en cuenta el número de personas simultáneamente, pero desde la visita de final de febrero, de momento no esperaba más gente. Realmente sabía que Juan pasaba por Berlín durante su interrail por Alemania, con amigos de Milán y el resto de Italia, pero su llegada se adelantó. Rodeado por algo de confusión con el Juan de Berlín, recibo un SMS pidiendo alojamiento para dos personas, me extrañó y pensé que no era urgente, así no le di mayor importancia. Hasta que el Juan de Milán, o de Sevilla, me llama algo agobiado explicándome la situación: una amiga y él tenían problemas con el billete de tren y no les quedaba más remedio que adelantar un día su llegada a Berlín, y venían sin alojamiento.

Me dirigí a la Hauptbahnhof a recogerlos, con la hora de llegada también adelantada. Casi ni lo reconozco, hacia mucho tiempo que no lo veía, pero lo encontré y nos dirigimos a mi casa, donde él y Cristina pasaron la noche. Allí nos estuvimos contando su vida en Italia, yo la mía en Berlín, y sus peripecias por Alemania.

Madrugando, les di unas pequeñas pinceladas sobre Berlín y quedaron con el resto de amigos para ir de turismo, ya que yo tenía que estudiar, y volvimos a quedar por la tarde, ya con todo el grupo al completo, para cenar y tomar algo. Al día siguiente más de lo mismo, primero estudiar y después salir. Volví al Reichstag, y volvió a caer la noche, seguirá siendo una visita pendiente.

Posteriormente, tras la cena, los llevé a ver lo que, según, Juan, le había faltado por ver en Berlín: el lado alternativo de la ciudad, que tanta fama tiene. Una vez conocida la casa okupa de Tacheles, pudieron irse tranquilos. De hecho, solo una noche más, y el sábado partieron hacia su próximo destino: Hamburg.

Quedaba yo en Berlín, con 3 días más antes de mi examen, que finalmente no fueron lo suficientemente productivos. Llegué al examen, que lo hice en inglés, y me dieron la opción de comenzar a hablar de un tema en concreto que me hubiera preparado especialmente, por lo que elegí tratar sobre compresión de imágenes y video. Todo discurría bien hasta que empezó a preguntarme cosas mas concretas que se me salían de las manos. Tanto que al final no le convenció de forma global y no me aprobó, emplazándome a una nueva convocatoria para el segundo semestre, que espero que vaya bien, ya que al menos ahora ya se el tipo de examen para preparármelo más a conciencia.

De la Costa Azul a los Alpes. Segunda parte

En menos de dos horas de cómodo viaje llegué a Lyon, mi siguiente parada. Al igual que Jose Mari, Cheli también estaba trabajando, aunque tiene jornada partida, por lo que al llegar apenas tuve una hora de espera para quedar con él en el descanso del almuerzo. Mientras tanto, estuve echando un ojo al campus: el IMSA, Institut National des Sciences Apliques, de gran importancia a nivel europeo en el campo de la ingeniería.

Tras el almuerzo, me lancé a conocer la ciudad. La primera parada fue en la oficina de turismo, donde conseguí un plano y una orientación sobre lugares interesantes para conocer. Me dirigí hacia el Vieux Lyon, centro histórico de la ciudad, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, coronado por la colina de Fourvière, desde donde se podía disfrutar de unas espectaculares vistas de la ciudad. Andando desde allí, bajé nuevamente al casco antiguo, y desde ahí, bordeando el Saona hasta cruzarlo, llegué a lo que parecía ser el centro neurálgico de la ciudad, con el Hotel de Ville y la ópera como protagonistas.

De aquí emprendí camino de vuelta hacia la estación central, donde había quedado con Cheli al salir de trabajar para comprar unas cervezas, puesto que esa noche fue el Real Madrid – Olimpic de Lyon. Cervezas en mano, fuimos a buscar a sus amigos al campus, para enterarnos de los planes. El partido lo vimos en un Kebap junto al ayuntamiento. Realmente me importaba poco el resultado, pero solo de escuchar a los aficionados locales deseé infinitamente un gol del Madrid, cosa que no sucedió y quedó eliminado.

De vuelta a casa, nos quedamos en el bar del campus, donde había una pequeña fiesta. Hicimos el amago de salir después, pero se quedo en intento. Al día siguiente comencé la ruta por el Palacio de Congresos, cerca del campus. Junto a los modernos edificios se encontraba el parque Tète d’Or, enorme, envidiosamente bien cuidado, con una laguna, animales en libertad, un pequeño zoológico, parque botánico…no le faltaba un detalle. Para comer volví a quedar con Cheli, en su casa, y posteriormente de nuevo a la calle. Esta vez me fui al extremo sur de la ciudad, al estadio del Olimpic, que me decepcionó un poco.

Por la misma zona estaba la unión de los dos ríos de la ciudad: el Ródano y el Saona, que me había llamado la atención al ver unas postales aéreas donde se aprecia la diferencia de color de ambos cauces, aunque desde la orilla no se apreciaba demasiado. Nuevamente me dirigí al casco histórico, buscando los Traboules, unos curiosos pasillos públicos que realmente están dentro de los propios edificios, a modo de “calle interior”. Encontrarlos no es fácil, puesto que tienen puertas para entrar en las casas, de forma que si no sabes que están ahí no los verás, a no ser que busques la dirección exacta en Internet, como hice yo. También volví a la zona para repetir una crepe, que tanto me había gustado el día anterior. Con un paseo por la zona comercial finalizó el día, así que volví a la residencia.

Pensábamos salir esa noche, pero los planes se torcieron y finalmente nos quedamos en casa, que realmente tampoco nos vino mal. Además del trabajo de Cheli, yo debía coger a las 7 de la mañana el tren para mi última parada en esta ruta: Basel. Fue un trayecto muy bonito, bordeando los Alpes nevados, hasta llegar a Mulhouse, todavía en Francia, donde debía transbordar para cruzar la frontera con Suiza. El viaje lo había hecho decidido a no cambiar Francos suizos, ya que leí que normalmente aceptan euros. Pero la primera en la frente, al querer dejar la maleta en una taquilla me di cuenta de que la máquina solo aceptaba la moneda local, por lo que definitivamente tuve que buscar una casa de cambio.

Basel me causó una extraña sensación. Situada en una esquina de Suiza, fronteriza con Francia y Alemania, se hablaba ambos idiomas, tras haber estado escuchando francés estos días, el alemán me hizo sentirme más cerca de casa. Sin embargo era un alemán extraño, las expresiones no son iguales, la pronunciación tampoco. A pesar de no controlar demasiado alemán, no era difícil darse cuenta de la diferencia.

Al salir a la calle volví a pisar la nieve, ya totalmente derretida en Berlín, pero eso le daba más encanto a la ciudad. De Basel, como no conocía a nadie, había estado buscando información antes y tenía los puntos de interés marcados en un mapa que imprimí. Me dirigí hacia la parte más antigua, estrechas calles empinadas, con pequeños canales cayendo junto a los edificios. Cerca de aquí, el río Rin, que me guio hacia el centro de la ciudad, muy pintoresco, una interesante mezcla entre lo antiguo y lo moderno.

Cruzando el río llegue a la zona más moderna, donde cogí un bus para ir al Vitra Design Museum, de la arquitecta iraní Zaha Hadid, que también ha diseñado la nueva biblioteca de la Universidad de Sevilla. El museo estaba en los extrarradios de la ciudad, de hecho era otra ciudad: Weil am Rhein, ya en Alemania, fue curioso cruzar la frontera montado en un autobús urbano. Media hora de trayecto para encontrarme con el museo cerrado, pues estaban montando la nueva exposición que abriría dos semanas mas tarde. Me conformé con visitar el restaurante, que realmente era otro edificio de exposiciones.

Al volver al centro, me dirigí al Tinguely Museum, de arte moderno, muy curioso. Llegado a este punto, el cansancio acumulado tras 8 días casi sin parar de andar decidió que el viaje se había terminado. Realmente ya había visto todo lo que tenía marcado en el mapa, así que fui a buscar el autobús dirección al Euroairpot.

El Euroairpot es el aeropuerto de Basel (Suiza), Mulhouse (Francia) y Freiburg (Alemania) siendo el único aeropuerto del mundo con mas de una nacionalidad, construido por Suiza en terreno francés tras la Segunda Guerra Mundial. Al llegar, lo primero es buscar la terminal: la francesa o la suiza. Tras un contundente bocadillo de jamón, jamón español de verdad, que llevaba desde Berlín, la ruta se había acabado.

Un viaje que dio para mucho, quizás el más completo de los que he hecho, tanto por los lugares conocidos, los amigos visitados, las distintas vidas Erasmus, la gente conocida…en definitiva, la experiencia.

De la Costa Azul a los Alpes. Primera Parte

Bajo la sombra de la suspensión de vuelos, el jueves empezaba mi viaje dirección a la Costa Azul, ya que volaba con Easyjet, la misma compañía que canceló los vuelos a mis hermanos la pasada semana. Pero no hubo problemas.

A la hora programada llegué al aeropuerto de Niza, cuya pista obsequia con un precioso aterrizaje en paralelo a la costa. Ya solo quedaba coger un bus y 40 minutos de trayecto hasta Juan les Pins, donde vivía María. También andaba por allí Tuco, también de erasmus, con quien nos encontraríamos mas tarde. Allí, en la parada mas céntrica, a escasos minutos de su casa, me esperaba ella, con Jesús, que también estaba de visita esos días, y Tere, su compañera de piso. La bienvenida la habían previsto perfectamente, puesto que ya tenían compradas sendas entradas, para Jesús y para mi, para una fiesta esa noche, tras tomar unas copas en casa con unos amigos. Por la noche salir, por el día turismo.

El primer día, aunque pretendíamos ir a Mónaco, el sofá del salón nos atrapó y se nos hizo tarde, por lo que solo llegamos a Niza, donde disfrutamos de las maravillosas vistas de la Costa Azul y una deliciosa creppe con nutella antes de plantear la noche. Esta vez tocaba fiesta en una villa, típico de por allí. Primero en plan tranquilo en casa de los mexicanos, luego en una más a lo grande, al más puro estilo americano, donde en la puerta incluso controlan la cantidad de bebida que lleva cada persona, para evitar que la gente beba de gorra. En ambos casos, aunque el primero mas que el segundo, las casitas eran espectaculares: gran chalet, con sus correspondientes jardines, piscina…todo lo que cualquiera desearía para unas vacaciones en la Costa Azul.

Al día siguiente estuvimos más rápidos al salir de casa, por lo si pudimos visitar Mónaco, aprovechando el gran sol con el que había amanecido, que incluso permitía, al menos a mi que vengo de Berlín, pasear por la calle en manga corta. Espectacular. Un mundo de lujos y caprichos, miraras donde miraras. El bulevar del casino, el puerto deportivo, los señores coches, las tiendas…no había tregua. Para la última escapada dejamos Cannes y el propio Juan les Pins.

El primero de ellos era otra sesión de lujos y precios desorbitados, tras visitar el palacio del famoso Festival de Cine, donde esos días se celebraba el salón del videojuego, estuvimos mirando precios por los escaparates del paseo marítimo. Obviamente no íbamos de compras, no llegábamos a tal escala, más bien tratábamos de encontrar el precio con mayor número de ceros. Antes de volver a casa estuvimos por el centro de Juan les Pins, aunque menos conocido, no podíamos irnos sin conocer el pueblo de María. Pero tras ese aparente desconocimiento se escondía un puerto deportivo todavía más espectacular, si cabe, que el del mismo Principado de Mónaco. Quizás no tan extenso, pero con barcos de dimensiones que desencajaban la mandíbula.

Y la primera estación de mi largo viaje comenzaba a tocar su fin. Esa misma noche llevamos a Jesús al aeropuerto, que volvía a Sevilla, a la mañana siguiente, lunes, junto a casa de María, yo tomé mi tren a mi siguiente destino: Marsella.

Allí me esperaba José Mari, aunque realmente trabajaba hasta las 5 de la tarde, por lo que cuando llegué, después de dejar la maleta en consigna, estuve paseando por el centro. Al principio un poco a ciegas, intuyendo lo poco que había visto en Google Maps y Wikipedia, pero mucho mejor tras pasar por la oficina de turismo y recibir algunas indicaciones.

Una vez estuve con José Mari, nos dirigimos a la residencia y, antes de que anocheciera, nos asomamos a Les Calanques, unos espectaculares acantilados junto a los bosques que rodean el campus. Tras la cena en el comedor, unas cervezas en el bar, allí mismo en la residencia, donde por cierto nos hicieron un descuento para darme la bienvenida, muy amable al chaval.

El martes, nueva jornada laboral para él, y turística para mi. Comencé dirección Notre Dame du Mont, subiendo y bajando calles, conociendo la ciudad a pie de calle. Posteriormente a la catedral y Port Vieux, donde me apeteció una cerveza en un tranquilo bar, donde desde la calle se escuchaban bachatas y demás música, unido a los preparativos de María para su próximo viaje a Riviera Maya me hizo recordar mis días por el caribe.

Una vez almorzado, que mejor lugar para seguir paseando que la playa y el paseo marítimo, donde, a pesar del desagradable viento, no pude evitar acercarme a tocar el agua. A las 5 volví a quedar con José Mari, pero apenas nos dio tiempo de visitar Notre Dame de la Garde y dar una vuelta por centro, así que decidimos cenar y tomar unas cervezas en una fiesta latina en el bar del campus de al lado del suyo.

El petit déjeuner puso fin al recorrido por la Costa Azul, cogí el bus con José Mari hasta su trabajo, y posteriormente a la estación central, donde tomaría el TGV (Train Grand Vitesse, el “AVE” francés) destino Lyon. Se acabó Marsella, una bonita ciudad, aunque no demasiado preparada para el turismo, donde pude recordar más francés de lo que creía saber, incluso hablar un poco, ya que Jose Mari y los amigos no españoles hablan normalmente en francés. Pero no fue fácil, esto de practicar inglés, aprender alemán y recordar francés es un poco confuso.

Y más visitas y despedidas

Días después de que Ernesto tomara camino hacia Dresden y Munich, sus destinos de esta semana en su viaje en solitario, las visitas vuelven. En teoría, el jueves por la tarde llegaban mis hermanos y mis primas Isa y María, acompañados también por Jose, pero solo en teoría.

Estando tranquilamente en casa, recibo una llamada de Sevilla, mis padres diciéndome que llamara a mis hermanos, en Madrid, ya que su vuelo ha sido cancelado y yo tengo más experiencia en estos asuntos. Como si de una centralita de agencia de viajes se tratara, pasé la tarde hablando con Sevilla, con Madrid, buscando información en internet, combinaciones para comprar otro vuelo, relajando a los que se había quedado en tierra…todo fue un poco estresante.

Finalmente cancelaron el billete, pues la única alternativa que le ofrecían era volar 3 días después, lo que supondría una sola noche en Berlín, compraron uno nuevo con Lufthansa, algo más caro, pero la mejor opción posible tal como se desarrollaban los acontecimientos. Y aun quedaba otro escollo por solucionar, hacer el check in del hostal, ya que de lo contrario les cobrarían la primera noche y le cancelarían la reserva. Finalmente, un día después de lo previsto y tras una odiosa noche en el aeropuerto de Barajas, llegaron. Además lo hicieron al mismo aeropuerto y “solo” hora y media antes que mis amigos, por lo que quedé con Ernesto, que volvió a Berlín esa misma mañana, y fuimos a recogerlos a todos.

Ese día, “mis hermanos” decidieron quedarse en el hostal, pues estaban cansadísimos de su aventura. El resto, “los de salva”, salieron a dar una vuelta antes de ir a la ópera, que tenían entradas compradas. Por otra parte, yo me fui a descansar y luego a la fiesta de despedida de Aliisa, aunque en casa de Saana, ya que se suponía que la semana siguiente volvía a Helsinki, y aunque finalmente consiguió alargar la estancia unos días más, la fiesta permaneció intocable.

Tras finalizar la ópera, volví a quedar con mis amigos para tomar algo y hacer planes para el día siguiente. Como éramos muchos, 14 en total, fue difícil ponerse de acuerdo para moverse todos a la vez. Lo único en común fue realizar el freetour el sábado por la mañana, aunque nos tuvieron que separar en dos grupos, y visitar el Reichtag por la tarde. Para el resto, pues iba alternando los planes: tour nocturno con unos, Sachsenhausen con otros…

La noche del domingo comenzaban las despedidas. El lunes por la mañana fui con mis hermanos a Potsdam, pero la primera expedición volvía a Sevilla ese mismo lunes, a Manolo, Chica, Elena se les acabo el viaje, por lo que ya no había margen para volver a verlos. Los demás todavía tuvieron tiempo de dar otra vuelta por la ciudad y tomar unos cockteles por la noche para poner el punto y final a un divertido viaje.

A media noche Ernesto debía coger un tren destino Köln, su último destino antes de volver a España, el resto, Ale, Marta, Clara y Fon, pasaron su última noche antes del madrugón que debían pegarse para coger su avión.

Algo más de tiempo tuvieron mis hermanos, primas y José, a quienes acompañé al aeropuerto a media mañana. Y hasta aquí las visitas, ahora me toca visitar a mí. No sin antes despedirme de Yolande, que también vuelve a Oporto la semana que viene. Aunque la fiesta de despedida será el fin semana, hubo que improvisar una cena para que algunos que íbamos a estar de viaje pudiéramos decir adiós

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