Bajo la sombra de la suspensión de vuelos, el jueves empezaba mi viaje dirección a la Costa Azul, ya que volaba con Easyjet, la misma compañía que canceló los vuelos a mis hermanos la pasada semana. Pero no hubo problemas.
A la hora programada llegué al aeropuerto de Niza, cuya pista obsequia con un precioso aterrizaje en paralelo a la costa. Ya solo quedaba coger un bus y 40 minutos de trayecto hasta Juan les Pins, donde vivía María. También andaba por allí Tuco, también de erasmus, con quien nos encontraríamos mas tarde. Allí, en la parada mas céntrica, a escasos minutos de su
El primer día, aunque pretendíamos ir a Mónaco, el sofá del salón nos atrapó y se nos hizo tarde, por lo que solo llegamos a Niza, donde disfrutamos de las maravillosas vistas de la Costa Azul y una deliciosa creppe con nutella antes de plantear la noche. Esta vez tocaba fiesta en una villa, típico de por allí. Primero en plan tranquilo en casa de los mexicanos, luego en una más a lo grande, al más puro estilo americano, donde en la puerta incluso controlan la cantidad de bebida que lleva cada persona, para evitar que la gente beba de gorra. En ambos casos, aunque el primero mas que el segundo, las casitas eran espectaculares: gran chalet, con sus correspondientes jardines, piscina…todo lo que cualquiera desearía para unas vacaciones en la Costa Azul.
Al día siguiente estuvimos más rápidos al salir de casa, por lo si pudimos visitar Mónaco, aprovechando el gran sol con el que había amanecido, que incluso permitía, al menos a mi que vengo de Berlín, pasear por la calle en manga corta. Espectacular. Un mundo de lujos y caprichos, miraras donde miraras. El bulevar del casino, el puerto deportivo, los señores coches, las tiendas…no había tregua. Para la última escapada dejamos Cannes y el propio Juan les Pins.
El primero de ellos era otra sesión de lujos y precios desorbitados, tras visitar el palacio del famoso Festival de Cine, donde esos días se celebraba el salón del videojuego, estuvimos mirando precios por los escaparates del paseo marítimo. Obviamente no íbamos de compras, no llegábamos a tal escala, más bien tratábamos de encontrar el precio con mayor número de ceros. Antes de volver a casa estuvimos por el centro de Juan les Pins, aunque menos conocido, no podíamos irnos sin conocer el pueblo de María. Pero tras ese aparente desconocimiento se escondía un puerto deportivo todavía más espectacular, si cabe, que el del mismo Principado de Mónaco. Quizás no tan extenso, pero con barcos de dimensiones que desencajaban la mandíbula.
Y la primera estación de mi largo viaje comenzaba a tocar su fin. Esa misma noche llevamos a Jesús al aeropuerto, que volvía a Sevilla, a la mañana siguiente, lunes, junto a casa de María, yo tomé mi tren a mi siguiente destino: Marsella.
Allí me esperaba José Mari, aunque realmente trabajaba hasta las 5 de la tarde, por lo que cuando llegué, después de dejar la maleta en consigna, estuve paseando por el centro. Al principio un poco a ciegas, intuyendo lo poco que había visto en Google Maps y Wikipedia, pero mucho mejor tras pasar por la oficina de turismo y recibir algunas indicaciones.
Una vez estuve con José Mari, nos dirigimos a la residencia y, antes de que anocheciera, nos asomamos a Les Calanques, unos espectaculares acantilados junto a los bosques que rodean el campus. Tras la cena en el comedor, unas cervezas en el bar, allí mismo en la residencia, donde por cierto nos hicieron un descuento para darme la bienvenida, muy amable al chaval.
El martes, nueva jornada laboral para él, y turística para mi. Comencé dirección Notre Dame du Mont, subiendo y bajando calles, conociendo la ciudad a pie de calle. Posteriormente a la catedral y Port Vieux, donde me apeteció una cerveza en un tranquilo bar, donde desde la calle se escuchaban bachatas y demás música, unido a los preparativos de María para su próximo viaje a Riviera Maya me hizo recordar mis días por el caribe.
Una vez almorzado, que mejor lugar para seguir paseando que la playa y el paseo marítimo, donde, a pesar del desagradable viento, no pude evitar acercarme a tocar el agua. A las 5 volví a quedar con José Mari, pero apenas nos dio tiempo de visitar Notre Dame de la Garde y dar una vuelta por centro, así que decidimos cenar y tomar unas cervezas en una fiesta latina en el bar del campus de al lado del suyo.
El petit déjeuner puso fin al recorrido por la Costa Azul, cogí el bus con José Mari hasta su trabajo, y posteriormente a la estación central, donde tomaría el TGV (Train Grand Vitesse, el “AVE” francés) destino Lyon. Se acabó Marsella, una bonita ciudad, aunque no demasiado preparada para el turismo, donde pude recordar más francés de lo que creía saber, incluso hablar un poco, ya que Jose Mari y los amigos no españoles hablan normalmente en francés. Pero no fue fácil, esto de practicar inglés, aprender alemán y recordar francés es un poco confuso.