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Un año de «teletrabajo», entre lo personal y lo profesional (I): ¿y ahora, qué?

Esto no es ninguna publicación de descargo. Cualquier comentario o crítica de ámbito profesional ha sido transmitida a quien debía y cuando debía.

Parece infinito, pero sólo ha  pasado un año desde aquel lunes 16 de marzo en que la palabra “teletrabajo” entró de lleno en nuestras vidas. En las semanas previas se especulaba con esa posibilidad pero no nos lo terminábamos de tomar en serio, ya que, aunque el maldito virus llamaba a las puertas de Europa, aún no teníamos evidencias científicas de a qué nos enfrentaríamos, 

Por si sucedía, en la semana previa se estuvieron haciendo mejoras y pruebas de rendimiento en la infraestructura de la empresa, poco habituada al trabajo en remoto, pero que, si llegaba, tendría que afrontar el acceso de más 300 personas conectadas por VPN para hacer uso de todos los servicios corporativos y poder desempeñar el trabajo con normalidad.

Una vez que aquel viernes 13 de marzo -en el que algunos nos despedimos con la última cerveza afterwork de la vieja normalidad- se confirmó el Estado de Alarma y se decretó el confinamiento domiciliario, se establecieron turnos para que los equipos fueran tomando posiciones en casa. A nosotros nos tocó esperar al lunes 16, contando así con un poco de margen para acondicionar el nuevo puesto durante el fin de semana, hasta hacer la mudanza de nuestros dispositivos, de sobremesa, para instalarlos en el nuevo espacio de trabajo. 

Primer día de «teletrabajo»

En mi equipo, salvo nuestro responsable, todos trabajábamos con PCs de sobremesa. Es decir, no contábamos con WiFi, micrófono ni webcam, totalmente necesario para esta nueva forma de comunicarnos, a la que cada uno debió adaptarse como pudo. Las carencias de la empresa saltaron por los aires.. Si bien la cámara puede parecer algo superfluo, a mí personalmente me ha parecido algo necesario para tratar de mantener un poco más de cercanía.

Para montar mi «teleoficina» tuve que cambiar el router de ubicación, y con varios metros de cable ethernet que tenía guardados pude montar una instalación temporal. Pero no conseguí poner en uso una webcam que aún guardaba en alguna caverna, por lo que me las tuve que apañar con un viejo móvil conectado al ordenador para poder disponer de cámara y micrófono. Por lo demás, afortunadamente yo ya disponía de un espacio de trabajo en casa que ya usaba para desarrollar algunos proyectos personales.

Sobreviviendo a la webcam

Detrás quedaban, por supuesto, muchas cosas que todos ya conocemos de sobra y que hubo que aceptar para enfrentarse a estos tiempos difíciles. También me despedí de mi camino diario a la oficina, con lo que me gusta cruzar el río cada mañana (ventajas de ir a trabajar andando)…y pasar a estar todo el día sentado en casa. Ante ese riesgo potencial de la falta de actividad, una de las primeras cosas que hice fue comprarme una báscula, que posteriormente complementé con empezar a hacer ejercicio con la aparición de los primeros dolores de espalda. Y nada mal. Aún sigo con ello, y hasta con mejor rendimiento que yendo al gimnasio, pues he cogido más rutina y lo aprovecho más.

El espacio, el tiempo y la comodidad fue algo que no me supuso ningún problema para adaptarme a este nuevo reto. Ventajas e inconvenientes de vivir solo y contar con (casi) todo lo necesario en casa. Hasta una terraza que hasta ese momento había pasado casi desapercibida. ¿Cuántos cafés y cervezas me habré tomado ya ahí sentado?

Las dos o tres primeras semanas fueron duras. No tanto por el encierro, sino por mi desempeño laboral en ese momento. En el equipo se acababan de incorporar dos personas y las comencé a formar yo principalmente. Nunca había hecho esto de forma tan directa y continuada, y a día de hoy, a la vista de los resultados, puedo decir que no se me ha dado mal y que me encuentro bastante satisfecho con la compañera que aún sigue en nuestro equipo. Además, otras dos personas que ya llevaban algún tiempo con nosotros se encontraban desempeñando tareas para las que también requerían de mi apoyo.

Entre una cosa y otra, podrí decir que me llevaba el 60% o 70% del tiempo en videollamadas. En ocasiones, la sensación de frustración por no avanzar en “mi trabajo” era total. Consecuentemente, cuando cortaba a las 17:30 solía tener tal saturación mental que no apetecía hacer nada más. Y eso, sin poder salir de casa, no era muy agradable.

Y lo mejor podía estar por llegar: en apenas dos semanas estaba prevista una nueva incorporación a nuestro equipo, de la que yo dudaba cada vez más. Pero para entonces rotamos los roles y fueron otros compañeros los que ahora se dedicaban más a formar a los más nuevos. 

A partir de ahí pude coger aire, terminar de trabajar con otra actitud y aprovechar la tarde con otras ocupaciones: tareas domésticas, puesta al día de proyectos personales, puesta en marcha de nuevas ideas, cocinar…

Clic aquí para ver el resultado 😉

…incluso para alguna creación audiovisual…

Sound ON!

Esta nueva forma de trabajar suponía un reto en muchos sentidos. Sin ir más lejos, por prudencia, comenzamos por aplazar un pase a producción de un sistema crítico, en espera de poder aterrizar y adaptarnos a esta situación. Aunque lo llamemos teletrabajo, trabajo en remoto, o cosas similares, la realidad es que no teníamos adaptación alguna para lo que estábamos haciendo. Aunque, como digo, yo no tuve mayor problema, y tocaba adaptarse a otros compañeros que tenían más complicada la conciliación. Al final, se trataba de ganar todos.

En materia de comunicación, la empresa formó un “comité de crisis” que se reunía constantemente para analizar el funcionamiento de todo. Semanalmente nos hacían llegar un boletín informativo para ponernos al día del funcionamiento de todo y, en cierta forma, tranquilizarnos. O no. Ya que la primera semana alguien tuvo la brillante idea de comunicar a toda la plantilla que se estaban realizando ciertas gestiones que montaron un enorme revuelo. 

Fue tan monumental que hubo que preparar una nueva comunicación para “suavizar” la situación. Soy un firme defensor de la transparencia en las decisiones y me parece lógico que la empresa hiciera esas gestiones por precaución, pero no veo la necesidad de contar algo así, sin anestesia, en ese momento, sin acompañarlo de la oportuna explicación de las buenas perspectivas que, a pesar de todo, mantenía la empresa. Esa explicación llegó dos semanas después, si no recuerdo mal. La comunicación es crucial para aspirar a trabajar de forma remota.

El trato y la comunicación también resultó algo básico en el trabajo diario: no es lo mismo sentarte con alguien a enseñarle algo o solucionar algún problema que hacer una llamada, sin poder coger “los mandos” y agilizar un poco la situación. No es lo mismo charlar con el de al lado para mantenerse al día o prestar alguna ayuda puntual que hacerlo mediante chat. Aquí aparece un nuevo enemigo: la ortografía. No eres consciente de ello hasta que el grueso de tus comunicaciones pasan a ser por vía escrita. Quienes me conocéis me habréis oído decir hasta la saciedad que tener una formación técnica o científica no te exime de saber escribir. Hay cosas que aún me cuesta tener que leer cada día.

Cómo parte positiva tengo que hablar de esa “otra forma” de tratar con los compañeros. Ahora, además del típico hola, adiós, cómo se hace esto, cómo va aquella tarea, cuándo me tendrás terminado lo mío…ahora siempre mediaba un cómo estás o cómo lo llevas, que me ha llevado a conocer mejor a mucha gente, cosa de la que me alegro notablemente. Puede parecer paradójico, pero así ha sido mi experiencia, que ahora me ha llevado a tener un trato más humano con muchos compañeros.

En definitiva, tras ese primer periodo de adaptación en el que la formación de mis compañeros me tenía absorbido, terminé por sentirme cómodo y adaptarme perfectamente, entrando poco a poco a organizar parte de la gestión diaria del equipo, con todo lo que eso me ha supuesto más adelante…