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Un año de «teletrabajo», entre lo personal y lo profesional (II): desescalada a la vista

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Con el paso de las semanas, en mayor o menor grado todos nos íbamos acostumbrando a esta nueva forma de trabajar. El día a día no era sencillo. A pesar de que mi ambiente de trabajo está totalmente digitalizado en cuanto a los objetivos y las herramientas, los procesos aún se rigen por el presencialismo. Muestra de ello es la falta de adaptación de los equipos personales, sin dispositivos para realizar videoconferencias, sin un procedimiento oficial para mantener estas reuniones o realizar tareas de ayuda remota a los compañeros o un control de asistencia. A todo ello nos hemos sobrepuesto, pero por un aprendizaje forzado que no siempre fue sencillo.

La comunicación entre compañeros y equipos también tenían necesariamente que reconvertirse. Hasta este momento la mayor parte de las consultas empezaban por levantarte para buscar a quien necesitaras, suponiendo que no estuviera reunido. Ahora todo empezaba por un mensaje en el chat y posterior videollamada. 

Dentro del equipo también tocó implementar algunos cambios. La necesidad de hacer un seguimiento de las tareas nos llevó a mantener reuniones diarias cada mañana para ponernos al día del trabajo realizado el día anterior, plantear problemas encontrados o marcar objetivos para el resto de la jornada. Estas “dailys” nos llevaron también a salirnos un poco de la metodología de trabajo que veníamos desarrollando, pues estábamos mucho más conectados en el día a día, al menos en sentido descendente, de forma que era más fácil mantener el control del trabajo. Esto nos llevó a suprimir las reuniones de inicio y fin de sprint que marca la metodología Scrum. Esta labor quedó casi reducida al jefe de equipo, con apoyo en los que gestionábamos de forma más directa al resto de compañeros.

Otra consecuencia de esta situación era el cierto estrés que causaba el permanente estado de conexión. De forma presencial era más sencillo conocer la disponibilidad o no de los compañeros, pero ahora siempre había que preguntar. Cuando tu superior comienza a delegar ciertas cosas en ti y asumes tareas de gestión llegas a momentos de desbordamiento. 

Este rol de gestión era totalmente nuevo para mi, al menos a esta escala. Unido a la necesidad de adaptación al trabajo remoto, en ocasiones llegaba a un estado de relativo FOMO (fear of missing out) y de dudas sobre el logro de objetivos, por la imposibilidad de tener conocimiento real de lo que sucede al otro lado de las pantallas de cada uno, cosa que en un trabajo presencial es fácil de solventar con una conversación «de pasillo». En cualquier caso creo que puedo estar contento por cómo terminé adaptándome a la situación, tanto por el control de ese día a día como por el trato con los compañeros, tanto con los más antiguos como con los más nuevos, sobre los que creo que puedo decir que he ido congeniando y formado de forma satisfactoria, que ahora también se ve reflejado en el trabajo en la oficina.

Vuelta al presencialismo…

Esto último se puso de manifiesto con el inicio de la desescalada. Hasta entonces, la empresa se encargaba de transmitirnos constantemente lo bien que iba todo y recordarnos las bondades del teletrabajo. Hasta el día en que finalizó el Estado de Alarma. A partir de ese momento, la palabra “teletrabajo” o similares desaparecieron, literalmente, de los boletines informativos. Arrancó de esta forma un atropellado plan de vuelta a la oficina, en el que volvimos a vernos, y en el que nuestro equipo no salía especialmente bien parado, porque a diferencia de otros, nosotros debíamos volver casi al completo a la oficina. Sin embargo, después de tomar el pulso a los compañeros, conseguimos reconducir un poco la situación y establecer un sistema de turnos y asistencia muy reducida a la oficina, que me permitió incluso trabajar algunos días desde la playa. Y estudiar, porque el mes de junio estuvo repleto de cursos de formación…

Tardes de estudio en Sanlúcar de Barrameda

Pero en realidad, de poco sirvió. Pronto le dieron una vuelta más a la situación para aumentar aún más el presencialismo, en contra de todas las recomendaciones aún vigentes, a pesar de la caída del Estado de Alarma. A partir de ahí, lo que vimos fue una lenta y dubitativa reacción hacia la regulación del teletrabajo, junto a unas normas de uso de espacios comunes con pautas muy alejadas del día a día del común de los trabajadores.

Con esta situación llegamos a un verano extraño y lleno de dudas. Yo personalmente salí bien parado. El gran número de días de vacaciones acumulados por culpa del frustrado viaje a Alaska en julio me obligó a coger tres semanas casi seguidas, algo insólito en mi. A pesar del poco margen, como no podía ser de otra forma, pude organizarme para disfrutar de una semana recorriendo el Valle del Loira en coche y otra recorriendo Bélgica, con base en Bruselas, maquillando así ese 2020 viajero. Entre eso y los sucesivos fines de semana de playa, no puedo quejarme de verano.

A la vuelta comenzamos a normalizar