Un año de «teletrabajo», entre lo personal y lo profesional (y III): nuevos horizontes

Esto no es ninguna publicación de descargo. Cualquier comentario o crítica de ámbito profesional ha sido transmitida a quien debía y cuando debía.

Si en la primera entrega describí la situación de estrés del inicio del confinamiento, la vuelta de vacaciones supuso una racha que casi arrastro hasta el día de hoy. 

La obligación de usar los días de vacaciones lógicamente acumulados durante el encierro domiciliario (¿quién iba a querer usarlas para estar en casa sin hacer nada? Yo incluso traté de trabajar un festivo a cambio de un día de vacaciones cuando todo esto acabara…) supuso un parón en los trabajos que debían acometerse. Y luego llegaron las prisas. Todo ello coincidió con las vacaciones de mi jefe y de los compañeros que también asumían tareas de gestión. El resto del equipo, casi al completo en la oficina, con lo que prácticamente todo caía sobre mi.

La otra novedad tras las vacaciones es que se fue vislumbrando que la empresa aceptó la necesidad de ir adaptándose, aunque muy poco a poco, a la nueva realidad. Tras mis vacaciones me cambiaron el equipo por un portátil, y ocasionalmente empecé a trabajar por turnos desde casa, ya que había equipos que aún seguían en casa permanentemente por falta de espacio en una oficina cuyo aforo se había reducido. Semanas después, al resto de compañeros del equipo se les proporcionó un PC de sustitución en casa, de forma que poco a poco todos entramos en un sistema de turnos, una semana de oficina y otra de teletrabajo en casa. Insisto: muy poco a poco. Y con el inconveniente añadido de que en lugar de turnarnos con otro equipo lo hacemos entre nosotros. Es decir: el equipo queda partido en dos, gente con la que coincidía siempre y gente con la no lo haces salvo casos extraordinarios. Más o menos. Las cautelas sanitarias aún mantienen a uno de los nuestros trabajando desde casa de forma permanente, sin vernos un año después.

Como sucedió en marzo, creo que conseguí manejar la situación y mantener todo y a todos en orden. Pero, a diferencia de aquella vez, aquí apenas hubo respiro. Tras el verano comenzó una época de enorme carga de trabajo para todos que se terminó juntando con el cierre de año. Tal era la vorágine experimentada entre septiembre y noviembre que desconfiaba de la calma tensa que sucedió en diciembre.

Nosotros cerramos el año despidiéndonos de dos compañeros que emprendieron nuevas oportunidades profesionales. En todo este tiempo, además de formar a las nuevas incorporaciones, ahondé un poco en las tareas de gestión del equipo y la asunción de algunas responsabilidades. Empecé a aceptar que, a pesar de los errores, las dudas sobre mi correcto desempeño en meses anteriores eran más o menos infundadas. 

De hecho, pronto llegó una llamada que, aunque podía elucubrar con que terminaría sucediendo, no la esperaba aún en ese momento: algunos cambios en la organización del departamento desembocaba en el ofrecimiento para responsabilizarme oficialmente de la coordinación de mi equipo. Esto era la prueba de que en meses previos me habrían dejado hacer, como una forma de testarme, y el resultado debió convencer. Tuve una sensación a caballo entre vértigo y satisfacción. Acepté.

Era consciente del duro ritmo que estaba llevando, pero en el fondo me sentía cómodo y todo iba saliendo adelante de forma más o menos satisfactoria, al tiempo que mantenía una buena complicidad con los compañeros. En lo personal, también la situación se me hacía difícil a rachas por muchos motivos. La prolongación de las restricciones por motivos sanitarios, la limitación a la hora de hacer otras cosas, la falta de contacto y actividades con tu gente más cercana, la distancia que eso supone…unido a la saturación en el trabajo, a veces desemboca paradójicamente en un desánimo y desgana hacia tratar de hacer cualquier plan, por muy seguro y cuidadoso que fuera. 

De esta situación me salva quizás el seguir saliendo a trabajar por semanas alternas. Soy y he sido muy crítico con la forma de la empresa en afrontar la nueva situación en el ritmo de adaptación al teletrabajo, aún siendo consciente de que muchos cambios son complicados de acometer. Pero la realidad es que, por todo esto que vengo contando, yo personalmente estoy satisfecho por seguir yendo a la oficina por turnos. En estos momentos, un teletrabajo permanente creo que terminaría superando. Especialmente tras la Navidad.

Fue precisamente tras esa época festiva cuando comenzaría mi nueva etapa laboral. En teoría iba a ser algo gradual, asumiendo poco a poco las nuevas responsabilidades, entrando poco a poco en la organización y planificación de trabajos con los equipos con los que trabajamos. Sin embargo, imagino que entre mi cierta soltura y las obligaciones del guion dictado por la sobrecarga de trabajo, todo cambió casi que de un día para otro. Hace más de dos meses que, como mucho, me dedicaré a tocar código un 10% de mi jornada de trabajo. Hace un año rondaría el 90%.

En este tiempo hemos incorporado además a dos nuevos compañeros al equipo, y más que seguro que están por venir, con nuevos retos que están a punto de caer y que espero seguir superando, tanto en lo profesional como en lo personal, y que espero hacerlo con un equipo con el que me encuentro a gusto, satisfecho de contribuir a su crecimiento y progresivo aprendizaje.

Y con esto cierro este extraño resumen de un año tan difícil pero complicado en tantos aspectos, que sin duda nos depara algo nuevo a todos, en este caso incluso en lo profesional, tras estos ocho años recién cumplidos en este trabajo de fatigas y satisfacciones.

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