Fiesta de la reina de Holanda

Tras meses pensándolo, después de varios intentos fallidos, el viaje a Holanda logró salir adelante. Casi todos ya lo habíamos dado por fracasado, pero Luis, en un arrebato de patriotismo, volvió a sacar el tema. Y en esta ocasión, ya que no fui a la Feria de Sevilla, le seguí la corriente hasta que finalmente conseguimos sacarlo por un precio bastante aceptable. Al final fuimos nueve. Además de Luis y yo, Elena, Jessica, Javi, Marcos, Laura, Juan y Pablo fueron los otros pasajeros.

Antes de partir, una nueva despedida, Saana terminaba su estancia en Berlín. Aunque ya hizo su fiesta de despedida el fin de semana anterior, todavía le habían quedado algunos días más, con tiempo de llevarnos, por ejemplo, a Teufelberg, un extraño sitio que sin ella no hubiéramos sabido ni siquiera de su existencia. Se trataba de una antigua base espía, perdida en medio del bosque, de épocas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, ahora ya abandonada y pasto de vandalismo, algunos ocupas y de algunos curiosos turistas curiosos que tienen la suerte de llegar allí.

Nuestro viaje a tierras neederlandesas comenzó el día antes de partir, ya que dada la diferencias de precio con Berlín decidimos comprar comida y bebida aquí. Comenzaba así, habiendo cruzado Alemania de norte a sur cuando estuvimos en Manchen, nuestra cruzada de Oeste a Este. Unas 7 horas duró el viaje hasta Utrecht, donde montamos nuestra base de operaciones, ya que nos quedábamos a dormir en casa de Mirthe, que gustosamente nos había ofrecido su habitación para dormir 6 personas, aunque finalmente acabamos cupiendo todos.

A nuestra llegada, con breve parada en un parque para comer algo, fuimos en busca de Mirthe, que andaba preparando una barbacoa con los amigos en el jardín de su casa para antes de salir, pero los planes nocturnos quedaron un poco apagados. Lo que empezó siendo un pequeño chaparrón acabó pareciéndose al diluvio universal, y los holandeses tan tranquilos con sus bicis, así que no nos quedó mas remedio que tomar una cerveza, al aire libre, por cierto, y de nuevo de vuelta a casa. De todas formas, tras el largo viaje, tampoco es que fuéramos el alma de la fiesta.

Por la mañana tocaba conocer Ámsterdam, o al menos ir hacia allí para comenzar a vivir el día grande de la fiesta. Llegamos algo pronto, por lo que tuvimos tiempo de dar una pequeña vuelta por la zona, pero pronto todo empezó a llenarse de los más diversos personajes, todos con el color naranja como identificativo común, bebiendo y bailando por todos lados. Y nosotros no podíamos ser menos, claro. Pronto nos metimos en el ambiente como uno más, mi improvisado disfraz, tras charlar un rato con unas simpáticas holandesas, lo dice todo, inmerso en la gran marea naranja que inundaba la ciudad, sin cesar un ambiente que incluso aumentaba con las horas.

Pero nos llego el cansancio, y con él la hora de volver a Utrecht para volver a Ámsterdam el día siguiente, pero esta vez de turismo. Pero antes de volver a la capital estuvimos dando una vuelta por el centro de Utrecht, para posteriormente coger ya la furgoneta dirección Ámsterdam, ya que la última noche la pasaríamos allí en casa de un amigo de Juan.

Llegamos en torno al mediodía, y después de comer hicimos el intento, fallido, de visitar la fábrica de Heineken, pero estaba cerrada cuando llegamos, así que decidimos integrarnos por la zona de los canales en dirección al centro, para acabar en torno a la estación de tren, en la zona de “costa”, por llamarla de alguna manera, junto al barrio rojo, que fue nuestra próxima parada. Por allí cenamos y tomamos algo esperando a Mirthe, que después nos llevó de discoteca, donde acabamos la noche y finalmente nos despedimos de ella. Tocaba descansar, o al menos intentarlo.

Al día siguiente todavía teníamos unas horas para hacer turismo, intentamos hacer el free tour, pero la lluvia lo impidió, por lo que decidimos el recorrido por nuestra cuenta para agotar el tiempo que teníamos hasta quedar con el resto de la gente y emprender el camino de vuelta a casa, 7 horas de camino sin parar de llover, y nosotros pensando que en Berlín seguía el buen tiempo…

Fiestas de Primavera a 3000km de distancia

Vivir en Berlín no significa estar aislado del mundo. Realmente, al principio sí que estaba un poco perdido. Apenas leía titulares de noticias en las pantallas del Metro y poco más. Luego volví a la costumbre de leer la prensa española, o más bien la edición local de Sevilla de los periódicos que la tienen. Con ésto, acompañado de Sevilla21, conseguí mantenerme al día sobre mi ciudad. Incluso posteriormente descubrí un periódico on-line en inglés, con edición local también, que me permitió informarme sobre la actualidad berlinesa.

Pero por mucha información que tuviera, por muy cerca que me sintiera algunas veces, había algo que no sería lo mismo jamás, sobre todo por estas fechas. Y es que llegaba el mes grande de Sevilla. Hace ya un par de semanas comenzó con la Semana Santa, propia de Sevilla como ninguna, y son muchas cosas las que se extrañan. Atrás quedaron los años de salir de nazareno, ahora echaba de menos otra forma de vivirla, trabajando. Este año no cargo con la cámara y el trípode durante todo el día, este año no vuelvo a casa tarde, tras una larga jornada de trabajo luchando con la gente en la calle, este año no tendré mi habitación como si fuera un estudio de grabación. En definitiva, si quiero acercarme un poco más a la Semana Santa, este año me toca ver las retrasmisiones de GiraldaTV vía web. Que, dada la excelente cobertura que han dado, tampoco es mala opción. Y dos semanas después, la melancolía vuelve a aparecer.

En principio era la fecha que tenía prevista para volver, pero decidí quedarme en Berlín. Realmente tuve un par de días de debilidad en los que estuve a punto de comprar unos billetes de última hora a precio razonable. Aunque al segundo intento, debido a los problemas aéreos por el volcán islandés, subieron mucho de precio, y aun así, los vuelos seguían cancelados. Menos mal que no lo llegué a comprar. No obstante, habiéndolo previsto con tiempo, la celebración era obligatoria.

Y es que cuando mis hermanos vinieron en febrero ya les había encargado una botella de Manzanilla de Sanlúcar, por lo que pudiera pasar. El primer intento, para el alumbrado, fue con más sevillanos, con Lucia y sus amigos, que seguían por aquí pero de vacaciones, ya que habían acabado sus prácticas pero el volcán islandés les impidió volver en fecha. La idea no cuajó, por lo que el gran encendido de la portada de 2010 lo presencié en solitario, de nuevo por GiraldaTV, como no podía ser de otra forma. Realmente no fue tan solitario, en el chat de la web saludaban más sevillanos por el mundo. De sitios cercanos: Almería, Granada, Valencia, Barcelona, La Coruña. Y no tan cercanos: París, Liverpool, Londres, Utrecht…Berlín. Y una copita de Manzanilla para sumarse a la fiesta.

Para el fin de semana, con el buen tiempo, quedo el resto de la botella. En un parque estuvimos unos cuantos españoles, que aunque no hubieran estado ya la conocían, y Saana, que no se hacía una idea de lo que le estaba explicando. Pero todos coincidieron en que el rebujito fue un gran acierto, en especial la rubia finlandesa, gran aficionada al vino. Todos invitados para el año que viene.

Berlín resucita

Que las últimas semanas ha subido la temperatura es evidente, que la vida en la calle ha ido in crescendo desde entonces también. Pero lo de las dos últimas semanas, en especial este último fin de semana, no nos lo esperábamos. Cualquiera diría que estamos en verano.

Los parques repletos, gente haciendo deporte, tomando el sol… ¡incluso Mauerpark ha vuelto! La noche también ha cambiado. Atrás quedaron esos sábados de invierno cuando te levantabas al mediodía y, si tenías suerte, veías el sol. Ahora sucede lo contrario, sales de una noche y como te entretengas te amanece seguro. Ya nos había pasado un par de veces y este fin de semana acabamos cayendo. Al salir a las 6 de una discoteca, lo que mas apetecía era acabar de pasar “la noche” en un parque, quedarse a tomar el sol, y vaya si lo tomamos, cuando levantamos el campamento para ir a Mauerpark ya empezábamos a parecer salmonetes, sobre todo yo, que se me pega pronto el sol.

Entonces es cuando uno recuerda el clima que hasta ahora se había echado en falta, pero al menos ya tengo billete de vuelta. Pensaba haber ido esta semana a Sevilla, a la feria, pero finalmente no me venia bien de fechas, y decidí ir en junio, y así puedo hacer también algún examen.

Realmente, menos mal que decidí no ir ahora. Hubiera sido jugármela, ya que un impronunciable volcán islandés ha decidido sacar sus cenizas a pasear por toda Europa, cerrando todos los aeropuertos del área central, Alemania incluida, por supuesto. Hasta tal punto llegan las cancelaciones que el transporte por tierra también se ha complicado: coches de alquiler no disponibles o trenes completos son hechos que empiezan a comentarse por aquí. Se habla de que la última vez que ese volcán se puso en erupción estuvo un año echando lava.

Obviamente eso es totalmente insostenible para el mundo actual, donde el tráfico aéreo lo mueve todo y se necesita una solución urgente, pero el pánico ronda las cabezas de todos. Incluso yo, que estos días compre mi billete para volver a Sevilla en Junio, me dio por buscar la duración del trayecto en tren: 29 horas, y en trenes de alta velocidad, el precio prefiero ni saberlo, así que ya puede ir apagándose el dichoso volcán…

Sommersemester

El fin de las “vacaciones” ha tocado a su fin. Esta semana ya comenzamos con las clases de nuevo. Primero, como en el Wintersemmester, matricularse y hacer los test de idioma. Para la matrícula pocos cambios hubo, de nuevo hubo que levantarse de madrugada, ya que a las 5 abrían la plataforma, aunque esta vez no llegó a saturarse.

Los que nos saturamos fuimos Xavi y yo, ya que las asignaturas de este semestre no son demasiado interesantes, así que en principio nos matriculamos de varias para después ir eligiendo. Aparte, los cursos de idiomas. Por una parte inglés, pero un curso diferente al que inicié en el primer semestre, ya que no me gustó ni el profesor ni la forma de trabajar, así que elegí uno mas enfocado a asuntos académicos. Sobre el alemán, aunque aprobé el nivel B1.1 no tengo la soltura suficiente para el B1.2, pero repetir el curso tampoco me parece productivo, y además necesito los créditos, así que me puse de acuerdo con alguien español para que me echara una mano y poder, al menos, intentarlo.

A partir de aquí, consultar con los profesores la posibilidad de examinarnos de las otras asignaturas en inglés, el sistema de evaluación, que las asignaturas no se pisen…y sobre todo pensar en el acuerdo académico en España, que para mí no era precisamente fácil, teniendo en cuenta mi intención de acabar la carrera en septiembre.

Haciendo cuentas, la matrícula que hice en Sevilla en septiembre no me servía, necesitaba algunos cambios, por lo que he escrito una instancia al Director de la Escuela para que me dejen modificarla ahora. Los cambios a realizar son varios. Por una parte he encontrado asignaturas convalidables por ASP1 y PL2, a las que no me he presentado al examen en ninguna ocasión. Por otra, el concepto de “académico” del curso de inglés me permitiría reconocerlo como asignatura optativa en lugar de cómo libre configuración. De momento, elegir asignaturas definitivamente, hacer cuentas sobre créditos matriculados y los que necesito para acabar la carrera y esperar que en Sevilla me acepten los cambios que proponga.

Shöneswochenende en Bremen, Hamburg y Hannover

Este fin de semana ha sido el único que he tenido plenamente de vacaciones, ya que esta semana comienza el sommersemestre. Parecía ser un fin de semana normal, con la típica fiesta Erasmus de los viernes, buscar otro sitio para salir el sábado, y poco más. Sin embargo, esta semana, de gira por Europa, llegó Lara de visita, una amiga de Marcos.

No sería nada distinto a otras visitas si no fuera porque su siguiente parada sería Groningen, en Holanda, pasando antes por Bremen. Visto el planning, Marcos le planeó el viaje para el sábado, de forma que entre 5 pudiéramos comprar un shönerwochenendeticket y unirnos a la visita a Bremen. El problema es que estaba lejos, más de 6 horas en trenes regionales, por lo que pensamos en ver Bremen el sábado, dormir el Hamburg, a poco más de una hora, salir allí esa noche y hacer turismo antes de volver a Berlín el domingo por la tarde.

Al viaje nos apuntamos, además de Lara, Marcos y yo, Laura y Xavi. Después de mucho hablar porque nadie quería llamar por teléfono, reservamos una habitación para cuatro personas cerca de la zona de marcha de Hamburg, y decidimos partir en el tren de las 5.35 de la madrugada.

A media mañana llegamos a Bremen, con todo el día por delante. Aprovechamos el buen tiempo para pasear por el centro histórico de la ciudad de los trotamúsicos, muy interesante y bien cuidado, aunque un tanto repetitivo lo de los músicos animales. Por el paseo junto al río, un mercado de purgas, por decirlo de alguna manera, un mauerpark en pequeñito. Ya al mediodía, paseando por estrechísimas calles que recordaban al barrio de Santa Cruz, y donde precisamente encontré una maqueta de la Giralda en una tienda, nos llegó el hambre y elegimos restaurante para almorzar. En principio, un restaurante cualquiera, pero dentro nos encontramos, como camarero, a una de las personas mas felices que hemos conocido en Alemania, simpático, servicial, cantarín…no tenía desperdicio.

Mientras comíamos estuvimos a punto de perder la cabeza: nos planteamos abortar el “plan Hamburg”, usar el shöneswochenendeticket para llegar a la frontera con Holanda y allí coger un bus hasta Groningen, con Lara. Pero nos pareció un tanto excesivo el largo viaje de vuelta que nos esperaría desde allí a Berlín. Allí en Bremen, desde el fin de semana anterior, estaba viviendo Shelly, amiga de Elena que había estado de visita 2 semanas en Berlín, por lo que aprovechamos para quedar con ella a ver que tal le iba. Pensaba pasar la tarde con nosotros, pero ya habíamos visto la ciudad y ya teníamos la intención de dejar Bremen, así que se me ocurrió que viniera a pasar la tarde a Hamburg, aprovechando que Lara se iba ya a Groningen y quedaba una plaza libre en nuestro billete de tren. Eso hicimos. Pasamos la tarde en Hamburg, viendo la zona histórica y el puerto, el segundo más grande de Europa, impresionante. Incluso una feria nos encontramos en la zona cercana al hostal.

Desde allí, Shelly volvió a la estación para ir hacia Bremen de nuevo, nosotros compramos algo de comida y decidimos cambiar de destino al día siguiente. Ya habíamos estado viendo la ciudad, aunque un poco a la ligera, la verdad, estábamos cansados, y en lugar de pasar la mañana viendo lo mismo, aunque fuera con mas tranquilidad, buscamos una combinación de trenes que nos llevara a Hannover, y así conocer otra ciudad. Por la noche salimos por la zona de St. Pauli, aunque antes estuvimos en un pub irlandés viendo el Madrid-Barça. Había un ambiente increíble por allí, lástima que el cansancio no nos dejó disfrutarlo demasiado.

Para ir a Hannover, la hora de levantarse nos la tomamos con tranquilidad, aunque habiendo previsto la hora a la que debíamos coger el tren. Aun así, unas inesperadas obras en el metro nos hicieron llegar tarde. Suerte que el ferrocarril alemán es una maravilla y cada 10 o 15 minutos puedes encontrar una nueva combinación, en trenes regionales, para ir de donde quieras a donde quieras, por lo que proseguimos con los mismos planes que teníamos.

En Hannover dispondríamos de unas 5 horas, por lo que lo primero que hicimos fue coger algunas rutas en la oficina de información turística, que aunque eran demasiado largas para el tiempo que teníamos, mientras almorzábamos nos encargamos de combinarlas para obtener una más a nuestra medida.

Paseamos por todo el centro histórico, terminando nuestra ruta en el parque frente al palacio del Ayuntamiento. No me habían hablado demasiado bien de la ciudad, pero lo cierto es que me sorprendió bastante, y me quedó la espinita de visitar el recinto de la Expo del año 2000, una excusa para volver.

Un café en una terraza puso fin al fin de semana. Ya cansados, decidimos ir dirección a la estación para buscar una combinación a Berlín, no sin antes comprar algo de comida y unas cervezas para hacer mas livianas las 4 horas que nos esperaban de vuelta a casa, mientras comentábamos las virtudes de nuestro billete de tren y de la red alemana, con vistas a otro posible shöneswochenende…

Visita improvisada

Durante este mes las visitas se han sucedido en Berlín. Lógico. Finalizar la época de exámenes en España es una buena oportunidad para viajar, al igual que yo he hecho en otras ocasiones. Y siendo Berlín el destino elegido, han acertado de pleno con las fechas, librándose del duro invierno y viendo la ciudad resurgir entre rayos de sol.

Por ahora era yo el que se había llevado la palma en cuanto a visitas, al menos si tenemos en cuenta el número de personas simultáneamente, pero desde la visita de final de febrero, de momento no esperaba más gente. Realmente sabía que Juan pasaba por Berlín durante su interrail por Alemania, con amigos de Milán y el resto de Italia, pero su llegada se adelantó. Rodeado por algo de confusión con el Juan de Berlín, recibo un SMS pidiendo alojamiento para dos personas, me extrañó y pensé que no era urgente, así no le di mayor importancia. Hasta que el Juan de Milán, o de Sevilla, me llama algo agobiado explicándome la situación: una amiga y él tenían problemas con el billete de tren y no les quedaba más remedio que adelantar un día su llegada a Berlín, y venían sin alojamiento.

Me dirigí a la Hauptbahnhof a recogerlos, con la hora de llegada también adelantada. Casi ni lo reconozco, hacia mucho tiempo que no lo veía, pero lo encontré y nos dirigimos a mi casa, donde él y Cristina pasaron la noche. Allí nos estuvimos contando su vida en Italia, yo la mía en Berlín, y sus peripecias por Alemania.

Madrugando, les di unas pequeñas pinceladas sobre Berlín y quedaron con el resto de amigos para ir de turismo, ya que yo tenía que estudiar, y volvimos a quedar por la tarde, ya con todo el grupo al completo, para cenar y tomar algo. Al día siguiente más de lo mismo, primero estudiar y después salir. Volví al Reichstag, y volvió a caer la noche, seguirá siendo una visita pendiente.

Posteriormente, tras la cena, los llevé a ver lo que, según, Juan, le había faltado por ver en Berlín: el lado alternativo de la ciudad, que tanta fama tiene. Una vez conocida la casa okupa de Tacheles, pudieron irse tranquilos. De hecho, solo una noche más, y el sábado partieron hacia su próximo destino: Hamburg.

Quedaba yo en Berlín, con 3 días más antes de mi examen, que finalmente no fueron lo suficientemente productivos. Llegué al examen, que lo hice en inglés, y me dieron la opción de comenzar a hablar de un tema en concreto que me hubiera preparado especialmente, por lo que elegí tratar sobre compresión de imágenes y video. Todo discurría bien hasta que empezó a preguntarme cosas mas concretas que se me salían de las manos. Tanto que al final no le convenció de forma global y no me aprobó, emplazándome a una nueva convocatoria para el segundo semestre, que espero que vaya bien, ya que al menos ahora ya se el tipo de examen para preparármelo más a conciencia.

Cuando el Sol vuelve a asomar

Tras una inesperada vuelta de la nieve, aun más inesperada ha sido la aparición de este sol de justicia. Tampoco es gran cosa, pero lo cierto es que recordando los -17º del duro invierno, pues a cualquiera le anima el día un rayito de sol. Y es que, aunque siga haciendo 10º o 15º, el cambio de ánimos se nota. Todo el mundo está más alegre, la gente ya para con total normalidad en las calles, empiezan a llenarse las terrazas de los bares. Un todo que contagia alegría.

Ahora las costumbres cambian. Ya no salgo de casa con prisa para entrar en el metro a resguardarme, ahora ando con toda la parsimonia del mundo, incluso en trayectos cortos me permito el lujo de ir media hora paseando al sol. Ya no voy abrigado hasta las cejas, bufanda y gorro están lavados y guardados, ya asoman las mangas cortas y he vuelto a usar las gafas de sol.

Cuando quedamos no lo hacemos en estaciones de metro, si no en alguna plaza soleada. También influyen las noticias que llegan desde Sevilla, donde la Semana Santa ha comenzado con un brillante sol después de un largo invierno de tres meses de lluvia. Entonces es cuando recuerdo la semana grande de mi verdadera ciudad, repleta de gente hasta la bandera, viviendo la fiesta, o simplemente por tradición, disfrutando del ambiente, del clima, de la ciudad en si. Berlín no iba a ser menos.

Salvando las distancias, tras una mañana de compras en el mercado turco, al sol, repleto como pocas veces en los últimos meses y apretando el calor, al volver a casa antes de volver a salir, lo que más me apeteció fue, por fin, volver a usar pantalón corto. Y no solo nosotros, que añoramos el clima español, los alemanes hacen lo mismo, pues ya están acostumbrado a las temperaturas de aquí ¿será que estamos integrándonos en esta sociedad? Pues no, no nos hemos integrado. Hay una diferencia insalvable para todo español que vive de los Pirineos hacia arriba: no existen las persianas ni cortinas. En invierno el problema era menor, pero cuando empieza amanecer a las 7 de la mañana, cuando no hay que madrugar se convierte en un problema. Y solo estamos entrando en Abril, miedo me da Junio. Y si además pienso en Tampere, a 100km al norte de Helsinki, la que era mi segunda opción para irme de Erasmus, entonces acabo agradeciendo amaneceres berlineses.

Vuelta a la normalidad

Tras un mes complicado, vuelvo a tener la agenda más libre. Pasaron las visitas, los viajes, también atrás quedó la búsqueda de piso. Ahora llega un periodo de tranquilidad. Tranquilidad relativa, pues a la vista está el único examen que voy a poder hacer en este semestre, de los dos que tenía pensado.

En Alemania, al menos en mi universidad, para hacer un examen hay que apuntarse. Y para apuntarse hay que pasar por la secretaría de la asignatura en cuestión en la fecha y hora programada, y no les vale ninguna excusa. Lo comprobé al apuntarme a uno de ellos, al cual debí haberme registrado estando en Francia. El día en cuestión mandé un mail a la secretaria, cuya respuesta fue que me pasara por el despacho, poco le importó que estuviera fuera. Ahora, al volver del viaje, me pasé por el despacho en un segundo intento, pero la respuesta volvió a ser negativa. Al menos, tal y como conseguí entender en alemán, ya que dice no hablar inglés (no me lo creo), los estudiantes Erasmus podremos hacer una convocatoria que hay en el sommersemestre para alumnos repetidores. Al menos no está todo perdido.

Para el segundo de los exámenes previsto sí conseguí apuntarme, comenzaba así la vuelta al estudio, aun estando en periodo vacacional, que realmente es un periodo de dos meses a compartir entre vacaciones y estudios. Además no solo debía estar atento de esta asignatura, también del proyecto fin de carrera, ya elegido y, supuestamente, en fase de desarrollo.

Por el resto, la vida en Berlín sigue adelante. Algunos ya se fueron, otros están de visita en España, otros de viaje, otros reciben visitas aquí aprovechando el fin de exámenes en España. Pero hubo una vuelta inesperada: el frío y la nieve. Ya me cayó aguanieve en Marsella, nevó en Lyon y vi nieve en Basel, pero confiaba en que, dos semanas después de haberse derretido todo, en Berlín no volviera a nevar.

También tocaba llenar la despensa, pues en las últimas semanas quedó bastante vacía, ya que entre una cosa y otra había hecho bastantes comidas en la calle, por lo que necesitaba comer cosas normales, más allá de kebaps, currywurst, hamburguesas y demás. Y para acabar de cuidarme, decidí apuntarme al gimnasio, tras el intento fallido del primer semestre. Además, ahora vivo a solo 12 minutos andando del gimnasio de la Humboldt, que también está cerca de la biblioteca, así espero que no me de mucha pereza ir.

Por estos días ya empieza a sonar las fiestas de primavera, sobre todo la Semana Santa, no en Berlín, obviamente, si no en la prensa local sevillana. En principio tenía pensado ir a la Feria, pero no acabo de verlo claro, ya que aunque el viaje no me saldría excesivamente caro (sufriendo las escalas de Ryanair), las fechas no son muy propicias, ya que cae en la segunda semana del segundo semestre y supongo que por esa fecha todavía estaré pendiente de elegir asignaturas. Por tanto, tiene pinta de que en los últimos tres años solo voy a pasar una noche de Feria.

Lo que si celebramos, con una buena pinta, de Guinness, claro, fue St. Patrick Day, celebración internacional allá donde exista un pub irlandés, como por ejemplo en Berlín. Sabiendo lo que disfruté la pasada primavera en Dublín, aun siendo un fin de semana cualquiera, no dude en rememorarlo, esta vez si en el día clave, aunque a muchos kilómetros de distancia de la capital irlandesa. Otro año será,… ¿la Feria o St. Patrick Day? Quién sabe…

De la Costa Azul a los Alpes. Segunda parte

En menos de dos horas de cómodo viaje llegué a Lyon, mi siguiente parada. Al igual que Jose Mari, Cheli también estaba trabajando, aunque tiene jornada partida, por lo que al llegar apenas tuve una hora de espera para quedar con él en el descanso del almuerzo. Mientras tanto, estuve echando un ojo al campus: el IMSA, Institut National des Sciences Apliques, de gran importancia a nivel europeo en el campo de la ingeniería.

Tras el almuerzo, me lancé a conocer la ciudad. La primera parada fue en la oficina de turismo, donde conseguí un plano y una orientación sobre lugares interesantes para conocer. Me dirigí hacia el Vieux Lyon, centro histórico de la ciudad, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, coronado por la colina de Fourvière, desde donde se podía disfrutar de unas espectaculares vistas de la ciudad. Andando desde allí, bajé nuevamente al casco antiguo, y desde ahí, bordeando el Saona hasta cruzarlo, llegué a lo que parecía ser el centro neurálgico de la ciudad, con el Hotel de Ville y la ópera como protagonistas.

De aquí emprendí camino de vuelta hacia la estación central, donde había quedado con Cheli al salir de trabajar para comprar unas cervezas, puesto que esa noche fue el Real Madrid – Olimpic de Lyon. Cervezas en mano, fuimos a buscar a sus amigos al campus, para enterarnos de los planes. El partido lo vimos en un Kebap junto al ayuntamiento. Realmente me importaba poco el resultado, pero solo de escuchar a los aficionados locales deseé infinitamente un gol del Madrid, cosa que no sucedió y quedó eliminado.

De vuelta a casa, nos quedamos en el bar del campus, donde había una pequeña fiesta. Hicimos el amago de salir después, pero se quedo en intento. Al día siguiente comencé la ruta por el Palacio de Congresos, cerca del campus. Junto a los modernos edificios se encontraba el parque Tète d’Or, enorme, envidiosamente bien cuidado, con una laguna, animales en libertad, un pequeño zoológico, parque botánico…no le faltaba un detalle. Para comer volví a quedar con Cheli, en su casa, y posteriormente de nuevo a la calle. Esta vez me fui al extremo sur de la ciudad, al estadio del Olimpic, que me decepcionó un poco.

Por la misma zona estaba la unión de los dos ríos de la ciudad: el Ródano y el Saona, que me había llamado la atención al ver unas postales aéreas donde se aprecia la diferencia de color de ambos cauces, aunque desde la orilla no se apreciaba demasiado. Nuevamente me dirigí al casco histórico, buscando los Traboules, unos curiosos pasillos públicos que realmente están dentro de los propios edificios, a modo de “calle interior”. Encontrarlos no es fácil, puesto que tienen puertas para entrar en las casas, de forma que si no sabes que están ahí no los verás, a no ser que busques la dirección exacta en Internet, como hice yo. También volví a la zona para repetir una crepe, que tanto me había gustado el día anterior. Con un paseo por la zona comercial finalizó el día, así que volví a la residencia.

Pensábamos salir esa noche, pero los planes se torcieron y finalmente nos quedamos en casa, que realmente tampoco nos vino mal. Además del trabajo de Cheli, yo debía coger a las 7 de la mañana el tren para mi última parada en esta ruta: Basel. Fue un trayecto muy bonito, bordeando los Alpes nevados, hasta llegar a Mulhouse, todavía en Francia, donde debía transbordar para cruzar la frontera con Suiza. El viaje lo había hecho decidido a no cambiar Francos suizos, ya que leí que normalmente aceptan euros. Pero la primera en la frente, al querer dejar la maleta en una taquilla me di cuenta de que la máquina solo aceptaba la moneda local, por lo que definitivamente tuve que buscar una casa de cambio.

Basel me causó una extraña sensación. Situada en una esquina de Suiza, fronteriza con Francia y Alemania, se hablaba ambos idiomas, tras haber estado escuchando francés estos días, el alemán me hizo sentirme más cerca de casa. Sin embargo era un alemán extraño, las expresiones no son iguales, la pronunciación tampoco. A pesar de no controlar demasiado alemán, no era difícil darse cuenta de la diferencia.

Al salir a la calle volví a pisar la nieve, ya totalmente derretida en Berlín, pero eso le daba más encanto a la ciudad. De Basel, como no conocía a nadie, había estado buscando información antes y tenía los puntos de interés marcados en un mapa que imprimí. Me dirigí hacia la parte más antigua, estrechas calles empinadas, con pequeños canales cayendo junto a los edificios. Cerca de aquí, el río Rin, que me guio hacia el centro de la ciudad, muy pintoresco, una interesante mezcla entre lo antiguo y lo moderno.

Cruzando el río llegue a la zona más moderna, donde cogí un bus para ir al Vitra Design Museum, de la arquitecta iraní Zaha Hadid, que también ha diseñado la nueva biblioteca de la Universidad de Sevilla. El museo estaba en los extrarradios de la ciudad, de hecho era otra ciudad: Weil am Rhein, ya en Alemania, fue curioso cruzar la frontera montado en un autobús urbano. Media hora de trayecto para encontrarme con el museo cerrado, pues estaban montando la nueva exposición que abriría dos semanas mas tarde. Me conformé con visitar el restaurante, que realmente era otro edificio de exposiciones.

Al volver al centro, me dirigí al Tinguely Museum, de arte moderno, muy curioso. Llegado a este punto, el cansancio acumulado tras 8 días casi sin parar de andar decidió que el viaje se había terminado. Realmente ya había visto todo lo que tenía marcado en el mapa, así que fui a buscar el autobús dirección al Euroairpot.

El Euroairpot es el aeropuerto de Basel (Suiza), Mulhouse (Francia) y Freiburg (Alemania) siendo el único aeropuerto del mundo con mas de una nacionalidad, construido por Suiza en terreno francés tras la Segunda Guerra Mundial. Al llegar, lo primero es buscar la terminal: la francesa o la suiza. Tras un contundente bocadillo de jamón, jamón español de verdad, que llevaba desde Berlín, la ruta se había acabado.

Un viaje que dio para mucho, quizás el más completo de los que he hecho, tanto por los lugares conocidos, los amigos visitados, las distintas vidas Erasmus, la gente conocida…en definitiva, la experiencia.

De la Costa Azul a los Alpes. Primera Parte

Bajo la sombra de la suspensión de vuelos, el jueves empezaba mi viaje dirección a la Costa Azul, ya que volaba con Easyjet, la misma compañía que canceló los vuelos a mis hermanos la pasada semana. Pero no hubo problemas.

A la hora programada llegué al aeropuerto de Niza, cuya pista obsequia con un precioso aterrizaje en paralelo a la costa. Ya solo quedaba coger un bus y 40 minutos de trayecto hasta Juan les Pins, donde vivía María. También andaba por allí Tuco, también de erasmus, con quien nos encontraríamos mas tarde. Allí, en la parada mas céntrica, a escasos minutos de su casa, me esperaba ella, con Jesús, que también estaba de visita esos días, y Tere, su compañera de piso. La bienvenida la habían previsto perfectamente, puesto que ya tenían compradas sendas entradas, para Jesús y para mi, para una fiesta esa noche, tras tomar unas copas en casa con unos amigos. Por la noche salir, por el día turismo.

El primer día, aunque pretendíamos ir a Mónaco, el sofá del salón nos atrapó y se nos hizo tarde, por lo que solo llegamos a Niza, donde disfrutamos de las maravillosas vistas de la Costa Azul y una deliciosa creppe con nutella antes de plantear la noche. Esta vez tocaba fiesta en una villa, típico de por allí. Primero en plan tranquilo en casa de los mexicanos, luego en una más a lo grande, al más puro estilo americano, donde en la puerta incluso controlan la cantidad de bebida que lleva cada persona, para evitar que la gente beba de gorra. En ambos casos, aunque el primero mas que el segundo, las casitas eran espectaculares: gran chalet, con sus correspondientes jardines, piscina…todo lo que cualquiera desearía para unas vacaciones en la Costa Azul.

Al día siguiente estuvimos más rápidos al salir de casa, por lo si pudimos visitar Mónaco, aprovechando el gran sol con el que había amanecido, que incluso permitía, al menos a mi que vengo de Berlín, pasear por la calle en manga corta. Espectacular. Un mundo de lujos y caprichos, miraras donde miraras. El bulevar del casino, el puerto deportivo, los señores coches, las tiendas…no había tregua. Para la última escapada dejamos Cannes y el propio Juan les Pins.

El primero de ellos era otra sesión de lujos y precios desorbitados, tras visitar el palacio del famoso Festival de Cine, donde esos días se celebraba el salón del videojuego, estuvimos mirando precios por los escaparates del paseo marítimo. Obviamente no íbamos de compras, no llegábamos a tal escala, más bien tratábamos de encontrar el precio con mayor número de ceros. Antes de volver a casa estuvimos por el centro de Juan les Pins, aunque menos conocido, no podíamos irnos sin conocer el pueblo de María. Pero tras ese aparente desconocimiento se escondía un puerto deportivo todavía más espectacular, si cabe, que el del mismo Principado de Mónaco. Quizás no tan extenso, pero con barcos de dimensiones que desencajaban la mandíbula.

Y la primera estación de mi largo viaje comenzaba a tocar su fin. Esa misma noche llevamos a Jesús al aeropuerto, que volvía a Sevilla, a la mañana siguiente, lunes, junto a casa de María, yo tomé mi tren a mi siguiente destino: Marsella.

Allí me esperaba José Mari, aunque realmente trabajaba hasta las 5 de la tarde, por lo que cuando llegué, después de dejar la maleta en consigna, estuve paseando por el centro. Al principio un poco a ciegas, intuyendo lo poco que había visto en Google Maps y Wikipedia, pero mucho mejor tras pasar por la oficina de turismo y recibir algunas indicaciones.

Una vez estuve con José Mari, nos dirigimos a la residencia y, antes de que anocheciera, nos asomamos a Les Calanques, unos espectaculares acantilados junto a los bosques que rodean el campus. Tras la cena en el comedor, unas cervezas en el bar, allí mismo en la residencia, donde por cierto nos hicieron un descuento para darme la bienvenida, muy amable al chaval.

El martes, nueva jornada laboral para él, y turística para mi. Comencé dirección Notre Dame du Mont, subiendo y bajando calles, conociendo la ciudad a pie de calle. Posteriormente a la catedral y Port Vieux, donde me apeteció una cerveza en un tranquilo bar, donde desde la calle se escuchaban bachatas y demás música, unido a los preparativos de María para su próximo viaje a Riviera Maya me hizo recordar mis días por el caribe.

Una vez almorzado, que mejor lugar para seguir paseando que la playa y el paseo marítimo, donde, a pesar del desagradable viento, no pude evitar acercarme a tocar el agua. A las 5 volví a quedar con José Mari, pero apenas nos dio tiempo de visitar Notre Dame de la Garde y dar una vuelta por centro, así que decidimos cenar y tomar unas cervezas en una fiesta latina en el bar del campus de al lado del suyo.

El petit déjeuner puso fin al recorrido por la Costa Azul, cogí el bus con José Mari hasta su trabajo, y posteriormente a la estación central, donde tomaría el TGV (Train Grand Vitesse, el “AVE” francés) destino Lyon. Se acabó Marsella, una bonita ciudad, aunque no demasiado preparada para el turismo, donde pude recordar más francés de lo que creía saber, incluso hablar un poco, ya que Jose Mari y los amigos no españoles hablan normalmente en francés. Pero no fue fácil, esto de practicar inglés, aprender alemán y recordar francés es un poco confuso.

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